lunes, 7 de julio de 2014

Collejas a gogó

No es ningún secreto. Ya lo avisamos en nuestro primer podcast. No nos gusta la forma en la que estamos empezando a consumir cine.
Quizás no haya quedado meridianamente claro pero no somos un podcast/blog de nostalgia. Es decir, por supuesto que echamos de menos muchas de las producciones que se llevaban a cabo antaño, así como costumbres y tradiciones que, en unos u otros ámbitos del entretenimiento, han ido desvaneciéndose con el devenir de los años.  Sin embargo, vivimos con intensidad el presente y miramos con mucho optimismo al futuro.
 Es cierto que recurrimos constantemente al pasado para valorar o contextualizarlo todo, pero eso es únicamente fruto de nuestro poso, de nuestro background. Todo ello aporta una seña de identidad a este proyecto pero, a lo que vamos, no estamos en la línea de “cualquier época pasada fue mejor” o pensamos nutrirnos exclusivamente de material perteneciente a nuestra tierna (y cada vez más lejana infancia). 

Dicho esto, nos inquieta muy mucho lo que está comenzando a ser norma en nuestra manera de afrontar el dar buena cuenta de una película. Si existen rasgos característicos a la hora de ver una película en el cine estos son sobre todo:

  •        Disfrutar de una pantalla gigante.
  •        Ver la película acompañados.
  •        Ver la película a oscuras.
  •            Ver la película en silencio.
Si bien es cierto que los dos primeros puntos son, en muchas ocasiones, prescindibles, no podemos decir lo mismo de los subsiguientes. Y esto es porque el cine no deja de ser otra cosa que una máquina de sueños y, para soñar, hay que estar dormidos; a oscuras y en silencio, como dictan los cánones. Es vital cumplir estos dos preceptos para evadirse completamente de los problemas cotidianos (el informe urgente que hemos de presentarle al jefe el lunes a primera hora, los cuatro kilos que nos hemos cogido comiendo burritos en las últimas vacaciones, o los 200 leuros del ala que nos va a ventilar el hombrecillo del taller por cambiarle cuatro tuercas al coche), e introducirse de lleno en otro mundo, otra vida, diferentes a los que nos hemos de enfrentar a diario.

You know what I mean?

No entendemos, entonces, que haya quien se disponga a aposentar su trasero en una butaca al tiempo que mantiene una agitada conversación de whatsapp, que consulte repetidamente el teléfono en medio de la proyección, o que deje de lado la película en cuestión para abandonarse a una insulsa partida de Candy Crush (esto lo hemos visto con nuestros propios ojos, palabra). ¡Por favor! Un respeto para quienes tienes al lado y a los que sacas inmisericordemente de su disfrute rompiendo vilmente la oscuridad con el artilugio del diablo.


¿Por qué? ¿Por qué?

Personalmente, somos de los que tiramos de toque de atención a la mínima que la ocasión lo requiere pero a menudo esto se vuelve insuficiente contra lo incívico de ciertos elementos. No sabemos por qué motivo, entonces, tan generosamente han pagado los 6 o 7 euros que buenamente cuesta una entrada de cine. Ciertamente, han de nadar en la abundancia, pues no existe ninguna otra explicación racional a tal comportamiento.
Desde aquí promovemos lo siguiente; si eres de los nuestros, collejea a todo el que te impida ver una película en condiciones. No has de reparar en cuestiones de edad, género, raza o credo. Lo mismo si es una ancianita que un chiquillo, dale duro entre oreja y oreja a ver si de una vez por todas captan aquello tan manido de que “tu libertad termina donde empieza la de los demás”.


Calla y atiende a la película, ¡cojones ya!

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