No es ningún secreto. Ya lo avisamos en nuestro primer
podcast. No nos gusta la forma en la que estamos empezando a consumir cine.
Quizás no haya quedado meridianamente claro pero no somos un
podcast/blog de nostalgia. Es decir, por supuesto que echamos de menos muchas
de las producciones que se llevaban a cabo antaño, así como costumbres y
tradiciones que, en unos u otros ámbitos del entretenimiento, han ido
desvaneciéndose con el devenir de los años.
Sin embargo, vivimos con intensidad el presente y miramos con mucho
optimismo al futuro.
Es cierto que
recurrimos constantemente al pasado para valorar o contextualizarlo todo, pero
eso es únicamente fruto de nuestro poso, de nuestro background. Todo ello
aporta una seña de identidad a este proyecto pero, a lo que vamos, no estamos
en la línea de “cualquier época pasada fue mejor” o pensamos nutrirnos
exclusivamente de material perteneciente a nuestra tierna (y cada vez más
lejana infancia).
Dicho esto, nos inquieta muy mucho lo que está comenzando a
ser norma en nuestra manera de afrontar el dar buena cuenta de una película. Si
existen rasgos característicos a la hora de ver una película en el cine estos
son sobre todo:
- Disfrutar de una pantalla gigante.
- Ver la película acompañados.
- Ver la película a oscuras.
- Ver la película en silencio.
Si bien es cierto que los dos primeros puntos son, en muchas
ocasiones, prescindibles, no podemos decir lo mismo de los subsiguientes. Y esto
es porque el cine no deja de ser otra cosa que una máquina de sueños y, para
soñar, hay que estar dormidos; a oscuras y en silencio, como dictan los
cánones. Es vital cumplir estos dos preceptos para evadirse completamente de
los problemas cotidianos (el informe urgente que hemos de presentarle al jefe
el lunes a primera hora, los cuatro kilos que nos hemos cogido comiendo
burritos en las últimas vacaciones, o los 200 leuros del ala que nos va a
ventilar el hombrecillo del taller por cambiarle cuatro tuercas al coche), e
introducirse de lleno en otro mundo, otra vida, diferentes a los que nos hemos
de enfrentar a diario.
You know what I mean?
No entendemos, entonces, que haya quien se disponga a
aposentar su trasero en una butaca al tiempo que mantiene una agitada conversación
de whatsapp, que consulte repetidamente el teléfono en medio de la proyección,
o que deje de lado la película en cuestión para abandonarse a una insulsa
partida de Candy Crush (esto lo hemos visto con nuestros propios ojos,
palabra). ¡Por favor! Un respeto para quienes tienes al lado y a los que sacas
inmisericordemente de su disfrute rompiendo vilmente la oscuridad con el
artilugio del diablo.
¿Por qué? ¿Por qué?
Personalmente, somos de los que tiramos de toque de atención
a la mínima que la ocasión lo requiere pero a menudo esto se vuelve
insuficiente contra lo incívico de ciertos elementos. No sabemos por qué
motivo, entonces, tan generosamente han pagado los 6 o 7 euros que buenamente
cuesta una entrada de cine. Ciertamente, han de nadar en la abundancia, pues no
existe ninguna otra explicación racional a tal comportamiento.
Desde aquí promovemos lo siguiente; si eres de los nuestros,
collejea a todo el que te impida ver una película en condiciones. No has de
reparar en cuestiones de edad, género, raza o credo. Lo mismo si es una
ancianita que un chiquillo, dale duro entre oreja y oreja a ver si de una vez
por todas captan aquello tan manido de que “tu libertad termina donde empieza
la de los demás”.
Calla y atiende a la película, ¡cojones ya!
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